miércoles, 6 de febrero de 2013

Los casi olvidados cantores de la dècada del 70

Navegando por internet, me encontrè con esta nota del diario la Naciòn de Jorge H. Andrès. Teniendo en cuenta que es del año 2004 y miràndolo desde el presente tanguero, espero que las nuevas generaciones de cantantes que han surgido en esta ùlitma dècada sean debidamente reconocidas en el presente y el futuro.
Un saludo y hasta la pròxima!


En lo único que los cantantes posteriores a Carlos Gardel evitaron parecérsele es en la desgracia de morir todavía joven, de manera trágica y en el tope de la popularidad. Fuera de Agustín Magaldi, Julio Sosa y Jorge Falcón, celebridades que no llegaron a los cuarenta años, casi todos los ídolos del tango sobrevivieron largamente a sus quince minutos de fama, aunque actuando esporádicamente en locales suburbanos y registrando su decadencia para ínfimas grabadoras, cuando no totalmente olvidados.
Con la excepción de Alberto Castillo y Edmundo Rivero, que mantuvieron intacta su popularidad a través de una prolongada existencia, y de los que se diversificaron como actores -Hugo del Carril y, más recientemente, Raúl Lavié- ni siquiera a aquellos elegidos que estrenaron tangos eternos cantando en orquestas de primer nivel se les retribuyó permitiéndoles disfrutar de una tercera edad musical en condiciones dignas.
* * *
En la segunda mitad de la década del setenta del siglo pasado, el ingrato género que no estaba dispuesto a aceptar las transformaciones que la madurez había impuesto en el decir de Roberto Rufino, Raúl Berón, Floreal Ruiz o Alberto Morán, tampoco tuvo la sensibilidad abierta para recibir a una nueva generación de vocalistas, la última que, cuando ya no se acostumbraba, eligió el tango para expresarse.
Eran una cantidad de muchachos de alrededor de los veinte años, buenos cantantes, con fisonomías atractivas, la convicción para intentar algo más que las imitaciones de Julio Sosa obligatorias en la época y temperamentos más refinados que la caricatura machista impuesta, también, por el "varón del tango".
Los mejores -Guillermo Fernández, Hernán Salinas, Luis Filipelli y Francisco Llanos- fueron acaparados por el productor Esteban Decoral Toselli para el sello Odeón, donde tuvieron la posibilidad de realizar por lo menos dos álbumes cada uno, invariablemente excelentes gracias a los acompañamientos de Armando Pontier, Raúl Garello o el gran genio entre todos aquellos arregladores directores: Carlos García.
Todo para nada, porque lo que debió ser el gran recambio en el tango cantado a partir de ese esplendor de frescura vocal, riqueza orquestal, repertorio clásico elegido inteligentemente y nuevos temas con poesía sensata se frustró por la indiferencia de oyentes y críticos y el fenómeno terminó como un fiasco del que la grabadora se hartó a los cinco años, por lo que enterró para siempre once discos excepcionales.
También sus protagonistas fueron lastimados por el fracaso, al extremo de que sólo Guillermo Fernández queda ahora profesionalmente visible, luego de que Hernán Salinas, el otro gran talento de aquella generación perdida, murió en noviembre pasado, una semana antes de cumplir cuarenta y siete años.
Se dijo de este excepcional cantor lo poco que correspondía: un reciente triunfo en Oslo, su participación en la desdichada "María de Buenos Aires" versión Zulueta-Romano, algún compacto con piezas inadecuadas y su condición de miembro de la eternamente desperdiciada Orquesta del Tango de Buenos Aires, donde permaneció refugiado durante dos décadas interpretando los mismos seis temas por recital, reducidos a cuatro cuando reaparecieron antiguos problemas pulmonares.
Lo que quedó por informar
es que la de Hernán Salinas fue la voz más hermosa escuchada en el tango desde Alberto Marino y también la más potente
de cuantas se volcaron a esa música, un portento de caudal y proyección digno del teatro lírico que, por mantenerlo bajo control, a veces condicionaba sus interpretaciones.
Cantaba las piezas de Charlo mejor que el autor, y nadie lo superó en "Tango mío", "Yuyo verde" o "Trenzas", pero todo eso, más sus Cadícamos, Expósitos y Gardeles, permanece inaccesible en "Juventud y personalidad" y "Tango mío", dos de aquellos álbumes malditos que su muerte ha vuelto imperioso rescatar. .